Encuentro… desencuentro… ¿cuándo el reencuentro?

El Espectador – 4 Feb 2020

Por: Luis I. Sandoval M.

El Comité Nacional, social y político, que fue capaz de convocar las marchas del 21N y semanas subsiguientes, de elaborar un pliego integrador de múltiples y legítimos intereses y de poner en desarrollo una estrategia audaz de paro nacional, no fue, sin embargo, capaz de realizar sin fractura el encuentro de todos los marchantes donde se consolidara la unión y se clarificara una hoja de ruta.

Pasaron horas sin resolver el tema de las credenciales hasta que una tromba de indignados irrumpió en el salón sin detenerse en barreras, puertas y controles. Muy equivocado escoger un recinto cerrado, con asignación de cupos forzosamente insuficientes, para una multitud que había desbordado plazas y calles repetidas veces en los 70 días anteriores.

Nada más empezada la intervención del encargado de presentar la agenda del encuentro basada en acuerdos, cuando comenzaron a surgir divergencias. Dio la impresión de que fuera un sainete preparado. El vocero del Comité insistía en que había acuerdos, pero en ningún momento explicitó en qué consistían y entre quiénes eran los acuerdos. Muy pasivos permanecieron integrantes del Comité en la mesa. Ninguno de esos altísimos jefes tuvo el valor de dar la cara y presentar con serenidad y exactitud el hecho político de una concertación previa que no se podía echar por la borda.

En ese trance, quienes también fallamos fuimos nosotros, quiero decir las bases, la asamblea, porque lo que procedía no era devolver el problema a quienes lo habían creado, sino hacer que cada posición expusiera su propuesta y la asamblea decidía por votación directa haciéndose respetar como cuerpo soberano.

Extraño, reitero, nadie del Comité hizo con energía e inteligencia la defensa de lo acordado, los integrantes del Comité optaron por retirarse y el desconcierto reinó en el Teatro Gaitán colmado de gentes ansiosas de todos los rincones del país. El asunto de la agenda operó como florero de Llorente de diferencias más hondas que seguramente irán quedando en evidencia con el correr de los días. Ojalá resulte equivocada esta apreciación.

Lo que aquí corresponde señalar es que actores tan acertados en el recurso a la movilización, fallaron en esta ocasión en el juego de pluralidad. Nada había tan grave que diera razón al lamentable escándalo político de la bifurcación que se produjo.

La justeza de la causa y la necesidad política de unirse para el paro reclaman ahora la rectificación, es decir, el reencuentro sin ninguna dilación. Duro es constatar que el enorme déficit de democracia que arrastra el país, afecta también a fuerzas sociales y políticas alternativas. No se puede exigir democracia hacia afuera y no practicarla hacia adentro.

Todos tenemos que aprender la lección: en la sociedad informatizada ya no sirven prácticas vanguardistas, aparatistas y ferrocarrileos. Se impone la creación colectiva, transparente y festiva, sobre la adhesión a triquiñuelas de conciliábulo. Es preciso mantener la dinámica expansiva, llena de colorido, música y expresiones culturales, con miras a consolidar un repertorio de acción donde se articulen movilización, deliberación, formación de opinión, mandato y voto. Solo por esa vía se podrá avanzar en la constitución de un sujeto plural de transformación democrática.

Después del desacierto de la separación, fue un acierto instalar deliberación en la calle, en espacios universitarios y espacios virtuales. Y mayor acierto aún haber seguido la consideración de la agenda acordada y concluir, los dos grupos (Concha Acústica de la UNal y Auditorio de Cafám La Floresta), que la última semana de marzo sea, quizá, el momento más propicio para realizar el paro nacional.

Plantear un paro nacional -operación estatua- es algo de altísima responsabilidad. Se justifica la disrupción del tráfico y aún la de los circuitos económicos porque el país nacional, sumido en el temor y la desesperanza, agobiado por el mal gobierno, asiste a la disrupción incontenible y múltiple de la vida. Mientras no se instale el trámite democrático de la conflictividad social en campos y ciudades, con plenas garantías para todos, no es posible que haya sosiego en espacios públicos y espacios de trabajo.

El exterminio de líderes sociales y de antiguos integrantes de una guerrilla que firmó la paz, y el incumplimiento flagrante y contumaz de acuerdos de toda índole justifica, sin duda, apelar al supremo recurso del paro laboral y cívico, o desobediencia civil. Pero ello solo puede ocurrir si se construye una sólida voluntad política colectiva capaz de utilizar el máximo de fuerza ciudadana con el máximo de cuidado por servicios que tienen que ver precisamente con la vida como acueductos y hospitales. No todo vale.

La gente en la calle espera que sus acciones no sean burladas ni por el gobierno ni por los voceros del paro y que efectivamente se instale, trabaje y dé resultados una mesa de negociación y no solo de conversación. Ojalá la nueva Ministra del Interior, Alicia Arango, se proponga y logre instalar una línea de sensatez en el alto gobierno.

Los dos grupos que deliberaban en sitios distintos terminaron el día con decisiones bastante similares. Cada grupo declaró que necesita del otro para que las cosas salgan bien. El país espera que se imponga un genuino sentido democrático tanto en el gobierno como en los marchantes. Ello significa diálogo útil y eficaz.

Es una fortuna que un país tenga una sociedad despierta, crítica y propositiva, capaz de movilizarse sin violencia. Así se han civilizado las naciones. Así se conquistaron las ocho horas y el sufragio universal, más recientemente el voto y la igualdad de derechos de las mujeres. De momento la sociedad, parte de ella, la que está en zona de confort, se lamenta de las marchas y paros, a la larga celebra y disfruta sus conquistas. Los movimientos sociales cambian situaciones e instituciones muchas veces, pero ante todo apuntan a cambiar el sentido común.

@luisisandoval

luis_sando@yahoo.es

 

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